Cuando éramos pequeños mis papás nos llevaron a casa de Jaime Sabines. Mi mamá nos motivaba a aprendernos sus poemas y en medio de la sala de Sabines nos pedía que los dijéramos en voz alta y de memoria.
Recuerdo la sensación: por unos momentos escuchar poemas era el acto más importante de la tarde, hombres y mujeres callados con las piernas cruzadas, mirando. También recuerdo el sótano de esa casa: tenía una mesa de billar y una serpiente que dejaban suelta porque no hacía nada más que existir.
Por eso un día en Veracruz me metí a una jaula de cocodrilos no tan grandes, porque me recordaron a aquella serpiente que se enredaba en las patas de madera de la mesa de billar en la casa en donde lo más importante un día fue escuchar poemas.
Diciembre 2019